ÚLTIMA RENOVACIÓN : NOVIEMBRE 2015

ME LO EXPLICARON Y LO OLVIDÉ, LO VI Y LO ENTENDÍ, LO HICE Y LO APRENDÍ ( ANÓNIMO )

NUESTRAS SECCIONES
LA JUANITA (5)

El viaje en la Juanita tenía también un aliciente : las relaciones humanas. Durante dos horas y pico si se iba de punta a cabo del trayecto uno podía encontrar personajes que dan para escribir novelas enteras. Con argumentos sencillos, como las vidas de ellos; pero llenos de ese ese realismo que podemos ver hoy en día solo en las pelis de blanco y negro de la época.

LA JUANITA, QUINTA PARADA: EL PASIANAJE

 

Otros viajeros eran personal que iba a trabajar en “la corta” , es decir los hacheros, de hacha. Aquellos, casi todos tuejanos, que se apeaban en una estación intermedia entre Tuéjar y Benagéber. Parada que no figuraba en el recorrido, para la que había que inventar un billete de sentido común que no fuera tan caro como el de Tuéjar – Benagéber.  Los hacheros subían ya de buena mañana fumando y con la bota, el saco de merienda, y sus buenas hachas con el filo protegido por una buena funda de esparto de cuero.  A medio camino entre el Alto ( Alto de la Mataparda) y la presa, por ahí por donde el túnel, se bajaban y se encaminaban al tajo . Eran años de cortas, de limpieza de lo que se había quemado, y había tajo para rato. En el recorrido quedaban de acuerdo con Manolo o con el tío Mariano y  a la vuelta, ellos salían a la carretera poco más o menos donde les había dejado por la mañana el coche de línea. Allí esperaban a oír el motor  y se preparaban con tiempo. Naturalmente en invierno ya era de noche y bien de noche, así que había que entonarse con unos tientos a la bota. El caso es que La Juanita no paraba. Manolo, el chófer, pedía a algún pasajero que dejara entreabierta la puerta del autobús y en el tramo de mayor desnivel , pasado el túnel, Manolo, metía primera y el coche subía a pasico lento , los hacheros, conforme llegaba el choche, tiraban mano a la palanca de la puerta entreabierta y se colaban dentro del autobús sin que éste parara su marcha, unos pocos metros más allá, subía el siguiente y así hasta que la recolecta de hacheros terminaba; como es lógico y el último cerraba la puerta y el chófer aumentaba la velocidad; no mucho, porque las rampas se las traían; pero ya estaban todos.
Luego estaban los comerciantes, los tratantes y en general lo que hoy entendemos como “hombres de negocios”. La mayoría llevaban sus productos a Utiel para venderlos; pero no todos. El tío Alejandro, el panadero de Tuéjar, llevaba sólo el pan para Benagéber. Luego si tenía suerte se volvía con algún camión del Furo o de cualquier otro que llevara carbón a la fábrica de cemento y si no, pues a pie por la senda que acortaba el camino. También era digno de ver al “Martingalas” tratante de ganado y que cuando iba a Utiel a vender sus borregas, primero las subía a la baca ( si no cabían dentro, claro) bien atadicas para que no se caigan y allí hacían su viaje tan ricamente hasta el destino. Si no llevaba borregas, su producto era el caracol. Un buen saco o dos de caracoles, moros y cristianos y a veces baquetas para su venta en puestos, bares, particulares. Era un producto muy demandado y por tanto buen negocio. Al billete del caballero, se le sumaba el precio de los quilos de mercancía y tan amigos. A la vuelta, el “Martingalas”, tampoco solía venir de vacío. Otros productos le servían para su reventa en Chelva a la vuelta. Pedro Juan, el callejano, madrugaba de caliente para subir caminando de Calles a Chelva para estar antes de las seis de la mañana y poder llevar sus higos al mercado de Utiel los miércoles. Eran higos secos que a partir de noviembre y especialmente en diciembre se vendían a buen precio.

 

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