ÚLTIMA RENOVACIÓN : NOVIEMBRE 2015

ME LO EXPLICARON Y LO OLVIDÉ, LO VI Y LO ENTENDÍ, LO HICE Y LO APRENDÍ ( ANÓNIMO )

NUESTRAS SECCIONES
LA JUANITA (6)

El viaje en la Juanita tenía también un aliciente : las relaciones humanas. Durante dos horas y pico si se iba de punta a cabo del trayecto uno podía encontrar personajes que dan para escribir novelas enteras. Con argumentos sencillos, como las vidas de ellos; pero llenos de ese ese realismo que podemos ver hoy en día solo en las pelis de blanco y negro de la época.

LA JUANITA, SEXTA PARADA: EL PLACER DE VIAJAR

La Juanita repartía en su trayecto también “mandaos”; que si garbas de alfalfa, llamémosle con propiedad, de alfalfe, para los caballos de los  guardias del Pantano; que Manolo dejaba caer desde la baca al borde de la carretera al llegar la lado del cuartel de la Benemérita; que si medicinas que le habían encargado de la farmacia de Chelva para un enfermo de Lurdilla o de Cortes el día de antes y que recogía el familiar del paciente después de esperar en el frío de la mañana un buen rato a La Juanita; que si el vestido arreglado de tal o cual muchacha de Casas Royas que se iba a ir a servir a Barcelona o a Madrid y que le había dado el pariente de Chelva o de Tuéjar para ella y que se lo mandaba con La Juanita, y en fin, era todo un surtido de personas, animales y cosas que viajaban juntos.
El viaje tenía sus imprevistos que como eran muy previsibles, formaban parte de lo cotidiano. El pinchazo en la rueda que obligaba a bajar a todo el pasaje y toda la carga para reparar. Y ahí tienes a Manolo o al tío Mariano y la colaboración de algún viajero más para bajar la pesada rueda de repuesto que estaba en la parte de atrás, y con el gato y mucha paciencia, subir el coche, sacar la pinchada y meterla nueva y que Dios nos pille confesados y no volvamos a pinchar. Que si la helada no nos deja bajar del Alto porque las umbrías están que brillan del hielo y ahí el coche no se puede dominar y toca dar la vuelta y todos a casa. Que si se ha fundido un foco y vamos más despacio porque se ve poco. Que el calor de julio, la rampa del Alto y la carga del coche hace que hierva el agua del radiador y haya que parar, dejar enfriar aquello y meterle sus buenos litros de agua que ya vienen preparados de casa para ese momento en unas garrafas. Por si fuera poco, en años de posguerra, la Guardia Civil hace sus controles y el viaje se transforma en explicaciones sobre si la Cédula me la he dejado, que si mañana se tiene que presentar en el cuartelillo, que si qué llevamos en ese saco, etc.
Pero el viaje tenía sobre todo el aroma de la charla. Es evidente que ni radio, ni música, ni vídeo ni ningún otro de los “adelantos” que llevan hoy en día los modernos autobuses los llevaba La Juanita; en cambio llevaba algo que hoy en día supondría una revolución; la conversación, el chat en tres dimensiones, el WhatsApp  perfecto. La gente, que a lo mejor no se conocía o como mucho sólo de vista, a lo largo de esas dos horas y media de recorrido compartía conversación, merienda, tabaco, vino, experiencias y en esas charlas intervenía prácticamente todo el pasaje aportando su granito de arena a la conversación, a la discusión o a información. Y uno daba consejos sobre la enfermedad del otro, discutía sobre el precio barato o caro de tal producto que había comprado o vendido en Utiel, hablaba de lo que había leído en la prensa del precio de trigo o mostraba orgulloso el par de zapatos que había comprado para la boda de su hermano. Había quien explicaba con pelos y señales como le había ido por la capital y que el tren correo es un adelanto porque en el día estás en Madrid. Se condolían al enterarse de la desgracia del pobre que subía en Casas de Íñiguez y que iba al funeral de un familiar a Utiel o se alegraban porque la moza iba a mirar traje para la boda y alguna cosica de oro para lucir en tal día. Vigilaban que los cuatro patos que había por el pasillo no picoteasen al chiquillo que intentaba cogerlos. Hablaban bajico a veces para que el pasajero de dos filas más adelante no se enterase de que lo estaban poniendo a caldo porque lo habían visto en malos pasos en la capital. Al final, lo que hoy en día llaman  “globalización” era lo que se producía dentro de aquellas cuatro paredes con ventanillas en donde el ruido de fondo era un motor Barreiros o SAVA o vaya usted a saber, porque como dice Manolo, todo eran “apaños” en aquellos coches que llevaban repuestos de mil padres.

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